Andamos ya a final de curso. A matacaballo. Fiestas, festivales, maxigraduaciones apoteósicas para minialumnos algo sobrepasados con tanto agasajo. Exámenes finales y finalísimos. Estamos saliendo muy bien parados. Salvo la lectura de Rafiki vamos camino de la Puerta Grande... O más bien de la Torre Eiffel.
Y la madre preparando 'papers' y viaje a Ecuador y cenitas deliciosas con amigos y en fin en este ir y venir...de repente: se para el tiempo, se debe parar, hay que 'teselarlo' (creo que acabo de inventar un infinitivo, es bonito) :
Llego al patio rojo del cole azul. Los niños (graduados y no graduados) juegan por última vez en el curso. Voy acercándome para intentar espiar un poco a Rafa y verle en acción con su fraternal e inseparable pandilla. Y mientras busco y no hallo una niña menuda, flacuchilla, como de cuatro años largos, melena negra corta y con flequillo algo mafaldero me da unos golpes flojitos con sus manos en mi pierna (también flojita). Me agacho un poco y no la reconozco, no me suena de nada. La niña, a quien torpemente se me olvida preguntar su nombre, me abraza fuerte. Tan fuerte que me hace sentir el corsé que lleva desde el cuello hasta la cintura y que le hace estar muy rígida de cuerpo, muy derecha de alma. Me sonríe tierna y me mira alegre hacia arriba y dice sencillamente: te quiero.
Yo también te quiero le respondo.
Que se pare el tiempo, que sepamos pararlo de vez en cuando.