martes, 11 de febrero de 2014

De carne y hueso. Kibutzim II.

Queridos todos.
Acabo de llegar al hotel. La tarde ha sido una experiencia preciosa. En el segundo kibutz (Michael se llamaba), que es muy próspero nos han enseñado la guardería, es indescriptible, mis amigas ordenadas y mi señor marido hubieran muerto de infarto. El patio es un absoluto caos, con microondas rotos, cacerolas, sillones viejos, pupitres desvencijados todo revuelto y amontonado para despertar en los niños su imaginación, creatividad y sentido de comunidad. Con un par...Este kibutz tiene un sistema de lavandería y plancha maravilloso toda la ropa de cada familia marcada y a los tres días la recoges. La vida es muy fácil, padres e hijos se ven a la hora de comer, van en bicicleta o en buggies. La verdad es que por puro desconocimiento me imaginaba un kibutz como una comunidad de pseudoclausura con personas uniformadas ultraortodoxas y aisladas del mundo,  tipo aimish,nada que ver.
Pero lo mejor del día ha sido al final, como en Caná para eso estamos por estas tierras (por cierto que aquí no se menciona a Cristo ni por asomo). Hemos ido a un tercer kibutz donde un matrimonio judío de origen uruguayo nos ha acogido en su casa y nos ha explicado desde su propia experiencia, la evolución de la vida, de su vida en el kibutz, cómo lo dejaron todo por una utopía, por una idea de comunidad de vida y cómo poco a poco las circunstancias económicas de su kibutz les llevaron a la privatización, que no vieron como un proceso ideológico sino como una necesidad. Y al final se mostraban felices de tener su casa en propiedad (o casi, es un poco largo de explicar) y de haber hecho obras y tener una cocina americana y un gran salón y un porche donde poder recibirnos a todos, toma final feliz... La mujer era amorosa, viva, pragmática, tenaz, muy tenaz y un doble de mi abuela Amelia. Contaban como vivieron el paso de vivir sin los hijos a vivir con ellos, el marido veía este cambio como la "revolución femenina en los kibutz. Es fascinante, al final la mujer, tan utópica, tan comunista ella, necesita tener cerca a sus hijos, ¡lo necesita! ¡lo necesitamos! Quizás más nosotras que los hijos, aunque también, y cuando negamos esa VERDAD, esa REALIDAD tan bellísima, tan ancestral, tan inscrita en nuestras entrañas físicas espirituales, entonces cuando se nos niega o nos lo negamos voluntariamente o nos revelamos (como en los kibutz) o nos volvemos locas (como en España).
Ha sido, de nuevo un momento de encuentro precioso, un matrimonio abriéndonos con absoluta sencillez, sin más pretensiones, sin más rencores su casa, su alma, su vida en suma, y veintitantas personas de los cinco continentes reunidos a su alrededor, preguntando, admirando, rumiando...
Antoñito gracias por quedarte con nuestra big family. Máter gracias por la ayuda. Estas experiencias son para mi alimento, me he sentido con la ilusión de una niña en el día de Reyes, no exagero, regalo tras regalo. Y encima me he dado cuenta que estos dos días no los había pagado porque me apunté más tarde. Ji. Ji.

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